lunes, 22 de marzo de 2010

El agua de mi casa


El otro día volví a Gijón, al dentista, tenía un permiso y aproveché para revisar piños y visitar al chaval que está de aquella manera por las malas posturas... en fin. Me acerqué a Paradiso a cumplir con el ritual, comimos en El Rioja y paseamos un poco. Entre los libros y las lentejas y antes del vino (me he aficionado al del Bierzo y al pretérito perfecto) salimos a la playa que en Gijón se esconde tras la muralla de edificios y por eso, a mí, siempre me da como vértigo tanto horizonte repentino. Tiré algunas fotos con el móvil. De vuelta a la comarca y al descargarlas advierto que no es la primera vez que me traigo la playa hasta aquí. No se aprecia la luz exacta, sin orgullo paleto lo digo, el día era más claro, los dorados no se muestran como fueron. Aun así me gusta, por todas las veces que desemboqué en esta arena, la mitad traída de no sé sabe dónde, por las obras del puerto. Allí estuve contigo, también contigo. Hablamos de cine o yo qué sé, paseamos y cegamos los ojos contra el cielo, en el frío del verano, en el sopor del otoño de marzo probamos la sal. ¿No te acuerdas?

Foto: del autor. Playa de San Lorenzo, desde la escalera 3. Gijón. 19 de marzo

3 comentarios:

Tomatita dijo...

Estaba a punto de irme a dormir.Y he tenido que encender un cigarrillo, sentarme a observar.
Me gustan tus palabras. Y te echo de menos, mi querido...

La complexión viciosa dijo...

No hay cómo el hogar, y en eso hemos tenido suerte amigo.

Buen Sur dijo...

Tomatita, desde que me dijiste guapo no me habías echado piropo mayor. La cegada del otro día, por otro lado, no fue suficiente. Un día de estos, un café.
Sí, señor Complex, estoy de acuerdo.