miércoles, 20 de agosto de 2008

Sol y jardín

El verano llega siempre tarde y es a la postre insuficiente porque quiero sol todos los días. En junio, entre sombras de luz y tardes de lluvia caliente llegó a mis manos el libro de Chris Stewart, Entre limones, que no leí hasta principios de agosto porque las lecturas se me agolpan en la estantería como una cal, acumulándose, que amenaza con hundirla y ahogarme entre palabras desordenas, frases hechas e historias vueltas a recorrer. Admiro del autor varias cualidades que he encontrado en muchos otros anglosajones: la sencillez en el discurso, la falta de pretensiones, unas veces real y otras bien fingida, y el humor fino como un riachuelo que refresca y alegra a partes iguales. No es Gerald Brenan, no. Me da la impresión de que sólo buscaba en España, en Andalucía más bien, el sol, el paisaje, el agua y la fruta, un edén donde crecer y multiplicarse. Brenan, en cambio, además de lo dicho, encontró literatura e historia, san Juan y laberintos. Por otro lado, Brenan terminó sus días arruinado, salvado por suscripción popular de un final gris y húmedo en un asilo de Inglaterra, mientras que Stewart ha conseguido que entre todos le paguemos su cortijo, pues al éxito de Entre limones le ha seguido un año más tarde El loro en el limonero, y olé. Pues nada, que yo emprendí viaje a mi peculiar paraíso del sur, a Cáceres, en donde no he tenido que escalar montañas con una burra portando mis enseres, ni tampoco he removido tierra alguna, ni la de mi huerto salvaje ni ninguna otra para plantar pimientos o criar ovejas. No. A mi me ha venido a recibir el señor de la casa y me ha llevado en coche hasta la puerta y ahora, después del gazpacho y de mirar amparados este cielo despejado y roto por la luz de las estrellas, sentados en el jardín, me acuerdo de vosotros, os echo quizá de menos pero no os envidio un ardite.