domingo, 23 de diciembre de 2007

Capitán Carpeto sobre el cielo de Madrid

Hay gente que cuando se aburre se va al bar a tomarse unos vinos con la concurrencia, a comentar el fútbol, a escandalizarse con la última operación de La Bióloga y, en fin, a darle la chapa al camarero que viene del Uruguay y del que no se sabe por qué extraña razón no se ha comprado, con los euros extraídos de sus glándulas sudoríparas, una buena recortada para volarnos los sesos entre carcajadas desencajadas y al grito de ¡cabroneees/aaas! Creedme, nada hay peor que la hostelería (acaso el polvo preprogramado del sabadete). Claro que también puede suceder, os lo aseguro, que te pases por el templo de madera, frontispiciado con el título de un libro que nadie se ha leído pero que acoge como un sobaquillo tibiamente caldeado y con filtro de Sanex Microtalco. Eso, eso fue lo que ocurrió el día en que mis pasos me llevaron a la estantería donde se desperezaba el capitán Carpeto B. Tonic, fulano que «rematado ya su juicio -tal y como le sucediera a su talentoso predecesor-, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el consuelo de sus desdichas como para el servicio de la monarquía constitucional, hacerse superhéroe y andar por el mundo en busca de aventuras, deshaciendo agravios y enderezando tuertos.» Pero es que, además de un personaje meneado con gracia y que mueve a risa con facilidad, encontramos en el libro de este asturiano que vivió en Colombia, Cuenca y Estados Unidos, que tiene a su familia en Valencia y trabaja en Madrid, en donde ha vivido la mayor parte del tiempo, un punto nostálgico por el cielo de la capital que no sé yo si no será obsesión de quienes habitan en el rompeolas de todas las españas, o solo de los norteños adoptados y atraídos al centro por la física aristotélica. Ese cielo que, para los añorantes madrileños postizos (los más auténticos) da alegría, ensancha el corazón, tiene nubes como remordimientos y que sobre la Castellana perfila la curva de una espalda, ese cielo, digo, quizá sea inventado. En estas fechas de ofertas de ocio, yo os recomiendo lectores míos (a los cinco ¡eh!) las Hazañas del capitán Carpeto B. Tonic.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Heroínas, pensiero stupendo


Por estas cosas buenas que tiene vivir en una economía de mercado, reino de la publicidad, vuelve Patty Bravo a perfumarnos la tarde con ese pensiero stupendo, tan relajante. Y así, pensando, pensando, me viene a las mientes, quien sabe por qué, una bonita historia que me contaron hace nada. Se desarrolla en una empresa de lavandería industrial, Lavachel, en donde no existían claros horarios de trabajo, en donde el sintagma «calendario laboral» no tenía un correlato con nada conocido y en donde mil euros mensuales eran sueldo de ejecutivo. Todo esto no lo soñé, lo juro, me lo contó una trabajadora que había entrado con cuarenta años en la empresa y en donde llevaba cerca de diez, tan naturalmente, arrollada por el agua sucia y un presente de eterno retorno. También relató cómo, armadas con el bagaje que da la escuela de la vida, ella y algunas compañeras se animaron a entrar en el instituto de la mano de los sindicatos realmente existentes quienes -para sorpresa de propios y extraños- las dejaron batirse el cobre solas: ¿hay mejor manera de conseguir aprobado en derechos laborales? Hoy les están muy agradecidas. Finalmente, también explicó con la sencillez propia de quien es capaz de tronchar armaduras con el acero de la sinceridad más desnuda, la manera que tuvieron de agarrarse los machos para matricularse, solitas, en la universidad, a pesar de un empresario que tenía muy claro qué debían estudiar y del vesánico compañerismo de sus iguales sabiamente doblados por la cerviz. Todo esto y algo más nos narró, a mi y a otros colegas de fatigas para general edificación y ahora, arrullado por el cadente tema de la italiana, no cometo el error de pensar estupendamente en un mundo en donde estas manchas no existan y en donde los leones coman con los ciervos y demás porquerías centrifugables. Prefiero respirar profundamente antes de sumergirme otra vez en el agua sucia y caliente en donde, sin embargo, hay colores que no destiñen del todo.

Nota: la imagen ha sido obtenida de www.almansa.es

martes, 4 de diciembre de 2007

La vida manga

Que la vida tiene a veces una extraña manera de conducirse ella y de llevarnos a todos podría ser la perla de sabiduría destilada de un libro de Paulo Coelho y la pura verdad al tiempo. No hay misterio en esto porque el susodicho no está calvo de estrujarse el cráneo precisamente en lo que a filosofía se refiere. Total, que llegué un buen día al gimnasio y me apunté a karate. Yo, que soy occidentalista de toda la vida. De ahí, el tabanillo de la curiosidad me impulsó a buscar el origen de este antiguo arte que no lo es tanto y que yo practico con un cierto aire flamenco (no sé si por mi racial tradición o por mis oscuros objetos de deseo). Sea como fuere es recomendable de todo punto leer Karate-Do: mi camino de Gichin Funakoshi. Y no, desde luego, para encontrar no sé qué esencia de la disciplina; mucho menos para buscarle el sentido a la vida (los Monthy Phiton lo desvelaron tiempo ha); tampoco para desvestirse de risa a la manera cateta que toda tribu o grupo de monos emplea cuando se encuentra con bárbaros extranjeros, aunque es otra opción. Lo realmente interesante es ver lo que cuenta un japonés del siglo XIX sobre su país, sobre sus costumbres, sobre la política del tiempo: lo que muestra sin darle importancia, vaya. Yo no sé si después de leerlo mi vida es más rica o mejor, pero sí he comprendido, por fin, el sentido de tantos y tantos insoportables minutos de Los caballeros del zodiaco y mucho del moral petardeo de los jedai de George Lucas. No todo el mundo puede decir lo mismo.

Orientalia


Oriente ya no sólo está de moda en El Corte Inglés. Cada vez, en este país, en el que no hay maldita manera de que aprendamos el idioma de la Pérfida Albión, estudiamos más chino. Aquí, lo árabe llegó a estar de moda, más o menos hasta la caída de las Torres Gemelas, y podría haberse puesto otra vez de no ser porque, como todo el mundo sabe, lo de Madrid lo perpetró intelectualmente ETA (¡ay Dios!). Pero a lo que vamos, una nueva sección es lo que el cuerpo pide para comentar las pequeñas cosas de esa gente tan extraña y bajita que cada día come más grasas y por eso crecen tanto. Esas personas intercambiables en apariencia y que están entre nosotros como el aceite entre el agua. Oriente lejano desde una nueva óptica: la de la práctica inconsciencia.


La foto ha sido obtenida en http://www.gran-muralla-china.com/