jueves, 10 de febrero de 2011

Contra-ayuda en otra galaxia

Colocaba yo el último de Javier Sierra (sin mucha pasión, permítaseme) cuando una amable señora, de unos setenta, se dirigió a mi preguntándome por libros de «contra-ayuda». En estos casos, la primera reacción, instintiva, suele consistir en un barrido circular y desconfiado por los alrededores, buscando una sonrisa socarrona o una cámara oculta para, a continuación y cerciorado de su inexistencia, efectuar un análisis escrutador de la persona que ha hecho la pregunta. Tal examen consiste en lanzar una penetrante mirada de rayos x a los ojos limpios de la señora, en este caso, con el consiguiente efecto desolador al comprobar, oh dioses, que no hay error. La susodicha quiere un libro de «contra-ayuda».

Una vez asumida la sinceridad de la actitud se produce la recomposición del gesto y una reorganización de la estructura mental para aparentar que la pregunta en cuestión es, en realidad, la más normal del mundo. Sí, sí, de hecho, me lo dicen todos los días «¿tienen el último de Federico Moccia?» y «¿la sección de contra-ayuda?» es lo que más demanda la gente. Al mismo tiempo, mediante una frenética actividad mental, intento reconstruir el desastre para saber qué es lo que en realidad quiere, dónde lo habrá oído, conseguir la catarsis de un «¡eureka! Usted lo que busca es…». Pero no llegó.

La verdad es que la dulce anciana provocó en mí un ataque de conmiseración que no pude resolver satisfactoriamente. Derrotado, la llevé al pie de la estantería y le mostré, como en una letanía visual, los libros de Jorge Bucay, Kubler Ross, (ya mencionada y de alegres títulos como Vivir hasta despedirnos, Muerte, un amanecer, o también Aprender a morir, aprender a vivir) y un largo etcétera. Si hubiera leído antes Mi vida en esta galaxia de Carry Fisher otro gallo habría cantado. Y no porque te solucione la papeleta, sino porque esta mujer, hija de un cantante y una actriz que llegaron a ser considerados como «los novios de América», alcohólica, maníaca y bipolar, superviviente de una terapia de shock consistente en freír, dicho con literalidad, las neuronas, ha desarrollado el único salvavidas efectivo ante las taras de la vida: una saludable mala leche (por supuesto, el libro está indicado también para los amantes de La guerra de las galaxias y del papel couché).

Dicho esto reconozco que mi posición no es realista, por mucho que me hubiera empeñado la viejecita no me habría creído. Ni ella ni nadie. Bucay, Osho, Rosetta Forner, seguirán triunfando hasta el fin de los días. El lado oscuro de la fuerza y la contra-ayuda reinarán por doquiera. Yo, derrotado y utópico, sueño con el peinado imposible de Carry Fisher y el triunfo de la República, con otra galaxia, tan, tan lejana... Y el libro tampoco es para tanto.