martes, 8 de julio de 2008

Ayer

He vuelto. Regresaba por aquí, obligatorio, de una comida con la familia y decido desviarme unos minutos. Dentro de la general desolación del verano, de las dos de la tarde de julio, paseo entre los edificios y los parques descuidados de esta ciudad-jardín soñada por un franquismo travestido. Es feo este barrio donde me crié. Cuando llegamos sólo había dos tipos de construcciones para las viviendas: torres de baldosa amarilla, de cuatro o de nueve pisos; bloques marrones de adoquín, de seis. Veo, el hospital donde nací, destacando con su blanco poluto, presidiendo las vidas de todos; los barracones de obra para los primeros cursos de la EGB hoy desaparecidos, el colegio público para mayores de ocho años. Dos bajos comerciales, el edificio de asociaciones y el hogar del pensionista, las piscinas descubiertas. Veo mi antigua torre que sigue basculando, hundiéndose en la acera, poco a poco; la placa de rojo yugo y flechas rojas, el césped salvaje que hay bajo mi ventana parece extrañamente regular a pesar de los años en los que lo horadamos construyendo carreteras y garajes. Percibo el sonido ambiente, coincide con el de antaño: vehículos que discurren por la carretera de Oviedo, por los túneles que nos han de sacar del estrecho valle en cuya esquina se ha construido Riaño, Villa para residentes. Ahora también, la autovía minera, a Gijón, abraza el otro flanco de la población, después de haber reducido a recuerdo la carretera antigua. Esta discurría a la vera del palacio del marqués de Riaño, de Camposagrado, bajo un túnel de álamos hasta el río, oscuro y muerto, frontera con «la mancha verde más grande del valle», como le gustaba recitar a mi padre. A pesar del abandono aparente, de la extrañeza porque el paisaje ya no es el mío, presiento el calor tras las paredes. No es el de antes, ya digo, ni siquiera en mi torre vive la misma gente. ¿Cuántos quedarán? Ayer advertí que en ciertas conversaciones con mi madre los desaparecidos y los muertos van quedándose, de rondón, más tiempo, copan más espacios en la programación. Los vecinos de entonces pueblan las palabras, aún los recuerdo a todos. Recitamos uno por uno los pisos y rellenamos huecos repintando sobre el olvido del otro: yo citaba a los niños, mis amigos, ella a los mayores y ambos a los jóvenes. Jorge y su hermano Alberto; Iván y su abuela; Maricusa y su marido, también Ernesto, su hijo, se hizo actor con el tiempo y hoy quizá lo envidio. Se internaron pronto en el curso alto del río y apenas nos hemos vuelto a ver. Rosana y Roberto en el segundo, al otro lado de nuestra pared. Manuel, Madalena (así, sin la g, porque eran de Jaén) y Manuela, su madre, en el tercero. También Mario y Vanesa; Isaac, Simeón, Mariola; Liberto, Patricia; Juan Esteban; Isaac y su hermano; Gabriel (Grabiel para indígenas) y Fran, el pequeño; Teresa; Ánguela (fonética); Fernando, que se fue pronto a La Felguera; Aitor; David y Marta. Entre todos dábamos sentido a ese portal maloliente, al parque de los columpios, a los muros del colegio, al verano tirados en el asfalto del aparcamiento, jugando a las chapas, al fútbol, descansando en la carretera o gastando al baloncesto, lo que duró, en la canasta frente al colegio nuevo, sobre los barracones. Con los años creo que entré en todas las casas y todos conocieron la mía y se quedaron, aunque la común siempre fue la calle y creo que la memoria. Hoy he vuelto aquí, he paseado entre los edificios haciendo rozar al corazón con el pasado: saltó alguna chispa de ternura, alguna de dolor, alguna risa y permanecieron así, mezcladas y suspendidas en la atmósfera del valle hasta que salí, bajo los montes, hacia la bahía de Gijón y se disolvieron.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Exquisito. No sabía que en cierto modo compartíamos orígenes. A ver cuando nos vemos.

Buen Sur dijo...

Gracias por el piropo: luego te pago. Espero verte la semana próxima a más tardar. Saludos

Anónimo dijo...

bueno, pero en realidad es bello. Por lo menos hay humanidad, contacto entre la gente, no como en la gran ciudad,saludos!!!

Buen Sur dijo...

Gracias, aljorista