jueves, 29 de julio de 2010

Versolátigo

Recuerdo: una sala cuadrada y pequeña, un armario empotrado, una ventana. Las otras dos paredes sostienen muebles de madera, dos extremos compuestos de armarios y, entre ambos, librerías más arriba de mi cabeza. De hecho necesito una silla para subirme. Los hizo Samuel.

Papel pintado, de flores, como enormes repollos azules. En el armario empotrado está la coca-cola de dos litros que mi madre no me deja probar. No tengo fuerza para abrir el tapón de metal así que consigo hacerle tres agujeros con una punta y un martillo. Cuando me apetece, muy a menudo al principio, me echo unos tragos al coleto. Aunque esto quizá fuera más tarde, después de que mis padres se separaran.

En una de las estanterías varios ejemplares de la colección Letras Hispánicas. Uno es de Juan Ramón Jiménez, luce una rosa en la portada y no lo entiendo. Otro se presenta «Blas de Otero. Verso y prosa. Edición del autor». Es el primer libro que abro y leo por propia voluntad. De la primera página cuelga la etiqueta de la «Librería Xana. La Nalona, 3-Telf. 692016. Sama de Langreo». La letra inconfundible de mi padre informa entre otras cosas de la fecha (6-XII-79) y del precio 140 [pesetas]. El primer poema que abre, tras una introducción de cinco líneas que nos informa de todas las ciudades y países en los que había vivido el poeta, dice, hacia la mitad:

Esto es Madrid, me han dicho unas mujeres
arrodilladas en sus delantales,
este es el sitio
donde enterraron un gran ramo verde
y donde está mi sangre reclinada.

Días de hambre, escándalos de hambre,
misteriosas sandalias
aliándose a las sombras del romero
y el laurel asesino. Escribo y callo.

Nada que ver la sugerente portada, por colorista, de Mauro Cáceres, con el contenido. De siempre se me figura un caserón vasco (que ediciones posteriores han sustituido por una imagen más urbana, hoy vigente). Cuando leí, sentí como un chasquido o un trueno, un redoble de conciencia. Cuando llegué a Ancia ya iba preparado, pues Verso y prosa es una antología. En los índices he marcado, con los años, varios poemas de mi gusto. Incluso uno me aprendí para recitárselo a una amiga; a mis amigos, hablo en general, no les gusta la poesía. Apenas lo tocamos en el instituto. Cuando escuchaba a Paco Ibáñez siempre me saltaba los versos de Blas de Otero, qué desgarro (Me llamarán, nos llamarán a todos./ Tú, y tú, y yo, nos turnaremos, en tornos de cristal, ante la muerte.). Pido la paz y la palabra (colección El Bardo, de Lumen) fue lo último. No se puede estar sufriendo todo el día, al menos hay que cambiar la postura. Hoy me traigo la novedad de Galaxia Gutenberg, Hojas de Madrid con La galerna. Edición completa con más de un ciento de poemas inéditos. Lo remiro y vuelvo a temblar: es el sonido, húmedo de sangre, de un verso certero.

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