
Nieva, aquí nieva sin piedad y para combatir el frío y la mañana metálica, rompo el tiempo con la voz, ya quisiera que la mía fuera, de
Miguel Poveda: «Del querer al no querer» («Y ahora que yo soy el yunque/ a mi me toca aguantar./ Cuando yo sea el martillito/ Negras las vas a pasar.»; ahí es na). Me lo traje a casa ayer, me traje, quiero decir, ese particular homenaje a la tradición que es
Coplas del querer, tributo también, nos dice Fernando Blanco, a su madre manchega y a su pasión por el género (en
Mundo Obrero, n.º 218, noviembre de 2009). Para mi cumple el disco esa función de los grandes trabajos revitalizadores, de materializar fantasmas en el presente, de renovar para resistir, como lo hizo Carmen Linares con
Antología de la mujer en el cante; pero también, en un sentido más ajustado, como los últimos trabajos todos de Martirio que fusiona para preservar (en
Flor de piel, sin ir más lejos; o en
Acoplados con Chano Domínguez).
Dice Blanco, un resistente también, milagro de la tradición del otro martillo, que «Miguel Poveda no es copla», y para justificarlo con buen juicio y conocimiento nos narra en tres párrafos la historia de este cantaor que nació para mí con La teta y la luna (todavía me acuerdo de la impresión que me dejó su voz y ese cante prodigioso, demasiado sobado en la película, pero rotundo y entrañador, visto y escuchado en la pantalla del cine Arango -¿ibas tú, Eva, conmigo?-). Y pone el ejemplo de Suena flamenco en donde demuestra lo mejor a su juicio, los palos festeros pero también el martinete y la toná y, vaya que no, la zambra y el romance. Y dice: «Nadie canta como él hoy en día la zambra, género que hizo grande a Manolo Caracol. Este es el estilo seleccionado para la película de Almodóvar. Esa zambra, «A ciegas», en sus dos versiones, es de una pureza sublime».
Pero, el pero claro, «la voz de Poveda en esas coplas no encaja. Se salvan los momentos en que la batuta la coge Chicuelo, ahí sí, ahí suena más a flamenco que a copla, y se nota porque la interpretación adquiere más empaque, más hondura, más calor.». ¿Quién lo va a contradecir? no este pobrecito hablador a quien, sin embargo, Las coplas del querer le han suavizado un género que a pesar de su desgarro siempre le ha sabido a cobre y a destello de orquesta dominical, mediante la fusión con el jazz y momentos de calidez suramericana con los cuales muda y acaricia. Es verdad que en los momentos cruciales («Ojos verdes», «La bien pagá») tal vez la tierra no tiemble y ruja como cuando interpreta Molina pero, a cambio, saliendo airoso, nos tragamos «Los tres puñales» y cuatro o cinco más nos comeríamos si él quisiera.
Y así, dos hayazgos entonces para esta mañana siberiana: una voz que derrite y un crítico que cumple: limpia, fija y da esplendor. Vale y buenos días.