
Que la vida tiene a veces una extraña manera de conducirse ella y de llevarnos a todos podría ser la perla de sabiduría destilada de un libro de
Paulo Coelho y la pura verdad al tiempo. No hay misterio en esto porque el susodicho no está calvo de estrujarse el cráneo precisamente en lo que a filosofía se refiere. Total, que llegué un buen día al gimnasio y me apunté a
karate. Yo, que soy
occidentalista de toda la vida. De ahí, el
tabanillo de la curiosidad me impulsó a buscar el origen de este antiguo arte que no lo es tanto y que yo practico con un cierto aire flamenco (no sé si por mi racial tradición o por mis oscuros objetos de deseo). Sea como fuere es recomendable de todo punto leer
Karate-Do: mi camino de
Gichin Funakoshi. Y no, desde luego, para encontrar no sé qué esencia de la disciplina; mucho menos para buscarle el sentido a la vida (los
Monthy Phiton lo desvelaron tiempo ha); tampoco para
desvestirse de risa a la manera
cateta que toda tribu o grupo de monos emplea cuando se encuentra con bárbaros extranjeros, aunque es otra opción. Lo realmente interesante es ver lo que cuenta un japonés del siglo
XIX sobre su país, sobre sus costumbres, sobre la política del tiempo: lo que muestra sin darle importancia, vaya. Yo no sé si después de leerlo mi vida es más rica o mejor, pero sí he comprendido, por fin, el sentido de tantos y tantos insoportables minutos de Los caballeros del
zodiaco y mucho del moral petardeo de los
jedai de
George Lucas. No todo el mundo puede decir lo mismo.
4 comentarios:
Y yo que pensaba que todos los maestros karatecas eran como el profesor Miyagui de Karate Kid. ¿Los japas tienen agujetas?
Jajaja, estoy con el buzo...¿tú también practicas eso de "pon cera, quita cera"? -perdona, pero es que no he podido resistirme-.
Por cierto, me agrada que hayas dejado tu impronta en mi huerto particular...y por favor, nunca seas parte del mobiliario.
Besos
Estaría bien que pusieses que los comentarios aparezcan en una ventana aparte. Igual mañana voy a pillar agujetas.
Queremos más....
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