sábado, 24 de noviembre de 2007

Niños jugando al fútbol con calaveras


En nada piensa el filósofo más que en la muerte. Esto, o algo por el estilo, lo decía Platón. Para Séneca la muerte no debe de perturbar la vida del hombre sabio. Ya se sabe: cuando toca, toca y mientras tanto ¿a qué preocuparse? Entrar aquí a analizar por qué a Platón le importaba tanto (influencias de los pitagóricos, roca sobre la que fundamentar el conocimiento y justificar la patada en el culo de Protágoras y compañía) y por qué a Séneca tan poco (o eso decía)... no es momento ¿verdad? Pero es que últimamente La Parca, según la llaman, bate con su hálito la niebla que me rodea, se dibuja más nítida, más que de costumbre cuando me cobra el diario precio por resistir (la verdad es que hay trabajos para todos los disgustos ¿tendrá vacaciones?).

El padre de un amigo fallece porque desde hace tiempo decidió derrochar su enorme fortaleza en el cálido seno de un vaso de vino. Alguien me cuenta una breve historia de la Guerra Civil en la que aparecen niños jugando al fútbol con las calaveras de los descerrajados y los apeados. Y, como siempre, un muerto nunca viene solo, ahora le recuerdo a él. La persona que más me visita desde el más acá del presente.

Coincidimos una breve temporada. Mis padres, él y su compañera se conocieron tiempo atrás, en Gijón. Rodeados de pasquines, de angustias cotidianas, tutelados por la policía como por una madre celosa que no permite a sus hijos jugar demasiado. Traviesos todos, él siempre reconocible por su chaqueta de cuadros, blanco fácil de toletes y carreras. Bajo coral y borrachín, yo lo conocí en el declive, a dieta de colesterol y de alcohol. Lo vi por última vez antes de ingresar en el hospital y no salir; bueno, visité su cuerpo cuando su corazón aún batía: ya no era él sin embargo, era carne y un cierto aire de anteayer, el resto había sido ya destilado como un elixir.
Y todo esto porque hoy como ayer todo el mundo la diña y qué le vamos a hacer. Es esa falta de novedad lo que me ha impulsado a tomarme un buen vino con la comida y a eructar después. Según Epicuro no hay que temer a la muerte porque, pensándolo bien, cuando ella llega, nosotros ya no estamos. Así que jugamos con la dama al escondite para que mañana los vivos practiquen algún entretenimiento barato con nuestras calaveras.

Nota: foto de José Luis Quiroz Téllez en www.casagregorio.blogspot.com


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