domingo, 25 de noviembre de 2007

Desde el umbral y la puerta


Hoy vuelvo a repasar en las ediciones digitales de algunos periódicos lo que fue la muerte de Francisco Umbral y, asomado a esas ventanas, no puedo evitar una mueca de desagrado que rememora un sentimiento de humillación previo. Expiró de madrugada y más de un responsable de informativos dudaría entre poner primero a Umbral o a Antonio Puerta. Aunque, pensándolo mejor, la solución fue la de siempre: apertura de cara a la galería con el viejo y luego, en el telediario paralelo, oleadas de ovaciones para el joven héroe caído. Agradezcamos a La Señora, dicho sea esto sin malos deseos, la piedad de un futbolista muerto: insoportable habría sido que en lugar de un rutilante deportista (varón por supuesto) se nos hubiera colocado la ausencia de un gol en el haber del equipo olímpico. Y no obstante, qué envidia maldita: el huesudo literato despachado con cuatro comentarios romos de teletipo de agencia: «su nombre no era su nombre», «tantos premios», Mortal y rosa, «murió esta madrugada», «referencia del columnismo», «Valladolid y Delibes» (como mucho), «María España», para la lágrima. Para Puerta, al menos, sentimiento desatado, al menos eso: laaargo lamento, pegajoso, hortera pero... real. Al joven sevillista hubo que sacarle hasta las vísceras para rellenar pero ese runrún estirado hasta la agonía no escatimaba, decía verdad.

Pero ¿y Umbral? Él era ya una trayectoria, una realidad, no una promesa y uno de los escritores más importantes de nuestra literatura. Él nos legó algo más que su vida dedicada al oficio que le dio sentido: nos legó sus obras ¡textos que son más que piernas!

Para el diario El Mundo, sin embargo, Umbral solo fue columnista de El Mundo y solo posó con Esperanza Aguirre, Gallardón y la monarquía. La primera reacción ante su muerte fue, al parecer, la de un Mariano Rajoy sin escrúpulos que se lo apropia para sí, batiendo alas sin sonrojo. Para El País, la vanidad lo llevó a perderse, una especie de erótica del poder lo depositó en los brazos del PP y el Cervantes, se lo dieron a cambio de sus favores de fulana letrada. Aunque es curioso que lo hicieran en 2000, tan solo veinticinco años después de escribir su celebérrimo libro y otros muchos como Teoría de Lola, Memorias de un niño de derechas, Nada en domingo o Las ninfas. Además, tengamos en cuenta que gentes como Juan Cruz, que es quien de forma más abierta reprocha a los huesos del muerto su narcisimo político, saben bien de lo que hablan; son ya muchos años manteniéndose a una prudente distancia de ese país de tentaciones. Ellos, habrá que inferir, ellos son realmente libres.

Para finalizar, un apunte. Desde el mismo día de su muerte, en el habitual discurrir por las librerías del entorno, dedico parte del tiempo a curiosear en las secciones de literatura española, buscando lo que falta en vitrinas y en escaparates: reediciones de algún título especialmente significativo (además del previsibilísimo). Pero sobre su cadáver se van apilando huesos exhumados y nóbeles recientes y aún espero, aunque sin esperanza. Trato de recordar qué sucedió cuando murió Buero Vallejo o Rosa Chacel pero esta desmemoria mía no sabe de pasados tan remotos. No puedo comparar. Tal vez sea una paranoia, tal vez filias demasiado intensas: quizá este pretendido umbral desde el que miro no sea más que voluntad. Y, sin embargo, Umbral ha muerto y el mejor reportaje lo dio El tomate.

Nota: la fotografía que se muestra es de Pedro Carrillo y ha sido obtenida en Internet.

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