jueves, 31 de julio de 2008

Fábula de agosto

Lucía ayer el sol por la mañana y quien esto escribe caminaba indeciso entre la vida y la muerte, socialmente quiero decir. Un cadáver conocido languidecía en el tanatorio, la hija de un amigo respiraba en la playa.
En la calle Corrida hay un bonito edificio históricamente dedicado al comercio, los Almacenes la Sirena estuvieron allí (según la inscripción conservada) y hoy vive en él una pequeña parte de la riqueza del gran Amancio.
En cierta ventana, una fabularia pareja: la gaviota y la paloma. En el momento en que las miro, la segunda picotea en el alféizar y observa el coso urbano, como toda su especie come; la primera... juraría que piensa. Y decide. Lanza su pico en pos de la mirada, parte el cuello de lo que ya es un alfeñique que aletea mecánicamente entre estertores de fin.
El día discurre, los astros giran y la gaviota acomoda su presa con buen juicio. Como si fuera un mamífero escoge llevarse de allí su bocado de entremañana y alza el vuelo; no grazna, claro, se aleja con elegancia. Me acerco al mar, al oleaje, paseamos los tres, los astros giran.

Nota: imagen obtenida en http://www.ojodigital.com/foro/flora-y-fauna/86479-gaviota-detalle.html

martes, 8 de julio de 2008

Ayer

He vuelto. Regresaba por aquí, obligatorio, de una comida con la familia y decido desviarme unos minutos. Dentro de la general desolación del verano, de las dos de la tarde de julio, paseo entre los edificios y los parques descuidados de esta ciudad-jardín soñada por un franquismo travestido. Es feo este barrio donde me crié. Cuando llegamos sólo había dos tipos de construcciones para las viviendas: torres de baldosa amarilla, de cuatro o de nueve pisos; bloques marrones de adoquín, de seis. Veo, el hospital donde nací, destacando con su blanco poluto, presidiendo las vidas de todos; los barracones de obra para los primeros cursos de la EGB hoy desaparecidos, el colegio público para mayores de ocho años. Dos bajos comerciales, el edificio de asociaciones y el hogar del pensionista, las piscinas descubiertas. Veo mi antigua torre que sigue basculando, hundiéndose en la acera, poco a poco; la placa de rojo yugo y flechas rojas, el césped salvaje que hay bajo mi ventana parece extrañamente regular a pesar de los años en los que lo horadamos construyendo carreteras y garajes. Percibo el sonido ambiente, coincide con el de antaño: vehículos que discurren por la carretera de Oviedo, por los túneles que nos han de sacar del estrecho valle en cuya esquina se ha construido Riaño, Villa para residentes. Ahora también, la autovía minera, a Gijón, abraza el otro flanco de la población, después de haber reducido a recuerdo la carretera antigua. Esta discurría a la vera del palacio del marqués de Riaño, de Camposagrado, bajo un túnel de álamos hasta el río, oscuro y muerto, frontera con «la mancha verde más grande del valle», como le gustaba recitar a mi padre. A pesar del abandono aparente, de la extrañeza porque el paisaje ya no es el mío, presiento el calor tras las paredes. No es el de antes, ya digo, ni siquiera en mi torre vive la misma gente. ¿Cuántos quedarán? Ayer advertí que en ciertas conversaciones con mi madre los desaparecidos y los muertos van quedándose, de rondón, más tiempo, copan más espacios en la programación. Los vecinos de entonces pueblan las palabras, aún los recuerdo a todos. Recitamos uno por uno los pisos y rellenamos huecos repintando sobre el olvido del otro: yo citaba a los niños, mis amigos, ella a los mayores y ambos a los jóvenes. Jorge y su hermano Alberto; Iván y su abuela; Maricusa y su marido, también Ernesto, su hijo, se hizo actor con el tiempo y hoy quizá lo envidio. Se internaron pronto en el curso alto del río y apenas nos hemos vuelto a ver. Rosana y Roberto en el segundo, al otro lado de nuestra pared. Manuel, Madalena (así, sin la g, porque eran de Jaén) y Manuela, su madre, en el tercero. También Mario y Vanesa; Isaac, Simeón, Mariola; Liberto, Patricia; Juan Esteban; Isaac y su hermano; Gabriel (Grabiel para indígenas) y Fran, el pequeño; Teresa; Ánguela (fonética); Fernando, que se fue pronto a La Felguera; Aitor; David y Marta. Entre todos dábamos sentido a ese portal maloliente, al parque de los columpios, a los muros del colegio, al verano tirados en el asfalto del aparcamiento, jugando a las chapas, al fútbol, descansando en la carretera o gastando al baloncesto, lo que duró, en la canasta frente al colegio nuevo, sobre los barracones. Con los años creo que entré en todas las casas y todos conocieron la mía y se quedaron, aunque la común siempre fue la calle y creo que la memoria. Hoy he vuelto aquí, he paseado entre los edificios haciendo rozar al corazón con el pasado: saltó alguna chispa de ternura, alguna de dolor, alguna risa y permanecieron así, mezcladas y suspendidas en la atmósfera del valle hasta que salí, bajo los montes, hacia la bahía de Gijón y se disolvieron.

martes, 1 de julio de 2008

Martes botánico

Hoy, como dice mi tía con sorna, con esa variante malvada del supuesto carácter de la cuenca del río Nalón que no tiene que ver, en apariencia, con la entrega vital de David Villa pero que provienen, ya digo que al parecer, del mismo tronco; hoy, digo que dice mi tía, ya estoy más cerca del hoyo. Obvio es: nos acercamos constantemente, día tras día, grano a grano, hasta que decretamos que, oye, tienes un montón, ya estás más cerca de la disolución. Como estoy de vacaciones me he levantado después de todos los mensajes y llamadas, me he tomado dos tazones de café y, en calzoncillos, pero de los chulos, me he puesto con Hollywood Station, de Jospeh Wambaugh, a botanizarme, quedándome un día más sentado aquí, en la penumbra de un jardín tan extraño, pero tan duro. Creo que os gustará, a Ellroy le encanta y a mí, de momento, también. Es un anglosajón, escritor de lo que hace y conoce. La edición, de bolsillo, atractiva (Verticales de bolsillo) y el día se ha puesto gris para lavadoras y para filosofías. Feliz día de no cumpleaños, Alicias.